1992

Con el inicio de los años 90s, el país parecía que tomaba un nuevo rumbo. Las noticias de esa época daban cuenta del famoso V Centenario, con mucha fanfarria se pretendía celebrar tan importante acontecimiento. El Faro a Colón por fin iba a ser inaugurado y encendido, y para todos estos acontecimientos iba a visitarnos el pontificio Juan Pablo II; oportunidad que no desaprovecharon las escuelas y colegios para inventarse tareas, viajes y todo lo que suele ocurrir en sistemas educativos donde en vez de pensamiento crítico se repite lo mismo año tras año. Todo estaba listo para que nos convirtiéramos en la nueva Republica siendo la misma de siempre.

En estos años aparecieron en nuestras manos las primeras monedas del peso dominicano, el cual ahora ponía a Duarte a brillar en dorado y así abandonando su famosa existencia del billete gris al cual por tanto tiempo estuvimos acostumbrados verle con su inmaculado bigote.

En el barrio la vida transcurría entre el arraigo de las pasolas Honda Lee; ‘los poncheruses’, una familia numerosa de San Juan que se había mudado al barrio y vendía unas poncheras que eran prácticamente indestructibles y no perdían oportunidad para demostrar la resistencia de estas, estrellando las mismas en el medio de las calles y aceras causando asombro en la cara de las amas de casa que se acercaban en interés de tal innovador producto.

Había que buscar el agua potable a una distancia considerable en galones o cubetas, si te tocaba también tenías que hacer fila para una funda roja de INESPRE pues el “vuelve y vuelve, Balaguer” había dado resultados y había ganado las elecciones presidenciales. Podías ayudar al pollero de la esquina mientras te divertías al ver como un pollo gringo emitía un impresionante ‘chigete mierdil’ cuando dabas un fuerte golpe en el espinazo y causando la muerte del animal.

Así transcurría nuestras vidas en un barrio olvidado de Herrera llamado Buenos Aires, sabrá Yaveh a razón de qué. El soundtrack de la época incluía muchos clásicos de hoy día. Podías despertar escuchando los clásicos románticos de los LP de tu mamá, entiéndase artistas como Leo Dan, Leonardo Favio, Pecos Kanvas, Ángeles et al; pero al salir a la calle si la vecina estaba en limpieza escucharías Ana Gabriel quien arrasaba en nuestra radio, también Marisela.

Los Jóvenes llorábamos la gran pérdida de Vico C en me acuerdo, el perreo viajaba al pasado con Caramelo de El General, el llanto siempre estaba a flor de piel con el Romance de Luís Miguel, se había gozado con el Baile del perrito [Wilfrido Vargas] en la Navidad Previa y en el canal 6 los muchachos gozábamos moviendo la colita con animación del Pato Donald.

Algo que si había cambiado es que ya la bachata no solo era asunto de la barra del lado y ni se veía con malos ojos, para ese entonces tenía mucha fuerza. En esencia era música de los tiempos y no hay mejor representación que la Pasola de Anthony Santos. Del mismo álbum sonaba con frecuencia La Parcela y su famosa Voy Pa’lla.

Una anécdota de la época es mi incursión en la escucha de ‘música americana’, en el barrio no había géneros musicales extranjeros, todos entraban entre Rap, Música Americana o Alternativa [estos últimos no eran bien vistos]. Recuerdo un amigo que estaba hablando de House Of Pain y su entrada triunfante al mundo del rap, no recuerdo los detalles de la conversación, pero si el hecho de que causó gran impresión en mí, tanto así que pedí ‘la cinta’ [Casssette] a mis padres y antes de esa solo había pedido el Arrollador de la Coco Band (quien se comía a los 90s con yuca y cebollita).

Pasaron unos días para que la cinta llegara, eso porqué el ‘Cintero’ [vendedor de Cassettes a domicilio] en su afán de vender, me dio un cassette que no era, había que esperar que volviera a pasar, reclamarle y esperar que traiga la cinta solicitada. Y cuando esta llegó, bueno lo puedo resumir en que ‘se rayó la cinta.’

Por aquel entonces Helados Bon introducía su muy famoso Zambullido, un helado que cubrían con una capa de chocolate y esta endurecía al entrar en contacto con bajas temperaturas. Como oferta de introducción había un 2 x 1 si llevabas un cupón. En aquel momento yo hacía coro con José, el cual años después cuando me mudé del barrio se convertiría en el papi chulo del barrio. Así que todas las tardes [o tenía varios cupones o el cupón valía para varias veces] tomábamos nuestras bicicletas y nos íbamos al único Helados Bon del barrio a buscar nuestros Zambullidos.

Obviamente un helado en compañía de un buen amigo y disfrutando una vida sin responsabilidades mayores que hacer la tarea, te ponían de buen humor, el buen humor te lleva a cantar, ¿Y qué canción iba a cantar?, esa misma. Un día de esos, seguramente el ultimo, disfrutaba del helado mientras mis pulmones hacían el intento ridículo de cantar una canción que sabía sin entenderla, con la destreza de la juventud irreverente que me permitía dominar la bicicleta sin que mis manos estuvieran en el timón, la goma delantera encontró un hoyo y por un instante el helado, la bicicleta y yo volamos por los aires hasta la caída del Jomporaun’, apodo por el cual fui conocido las siguientes semanas, sobre todo teniendo en cuenta que desde la perspectiva de José aun cuando yo iba en el aire y la gravedad trabajaba yo seguía cantando el coro de la bendita canción.

No hubo más que rasguños y una historia para contar de tiempos que hoy llamamos mejores.

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